The Awful Truth (1937): Una lección de screwball comedy

“Screwball comedy” o comedia loca, un subgénero que, sin renunciar totalmente al slapstick, muestra un humor inteligente, con salidas ingeniosas y rápidas, en un ambiente de refinada elegancia.

- Publicidad -

En la década de los treinta, el slapstick ya estaba pasando de moda y la comedia cinematográfica tendría que buscar nuevos recursos para asegurar la afluencia del público a las salas, en plena recesión. Es así como nace la “screwball comedy” o comedia loca, un subgénero que, sin renunciar totalmente al slapstick, muestra un humor inteligente, con salidas ingeniosas y rápidas, en un ambiente de refinada elegancia. Altos nombres de directores se relacionan con la “screwball comedy”: Frank Capra, George Cukor, Howard Hawks, Ernst Lubitsch, Billy Wilder… y, por supuesto, Leo McCarey, quien en 1937 y para los estudios Paramount, realiza este inolvidable film, “The Awful Truth”.

“The Awful Truth” podría entrar a un subgénero más específico de la “screwball comedy”: la “remarriage comedy” o la comedia de segundas nupcias. En estas películas, un matrimonio se separa y el marido, en una suerte de hilarante anagnórisis, se da cuenta de que aún ama a su mujer y debe reconquistarla. El perfecto ejemplo de “remarriage comedy” es la obra maestra de George Cukor, “The Philadelphia Story” de 1940 (casualmente con Cary Grant también como el marido escarmentado). Pero tres años antes, Cary Grant se pone bajo las órdenes de Leo McCarey, y se apresta a rodar “The Awful Truth”.

Para 1937, Cary Grant ya era una estrella en franco ascenso, pero aún no era esa divinidad histriónica que improvisaba a cada minuto en el plató, caminando sobre una cuerda floja y cayendo siempre de pie. La primera mañana de filmación, cuando Leo McCarey les dijo a todos que el guion seguía en el escritorio de Viña Delmar (una guionista excepcional y excéntrica, comparable quizá sólo a la mítica Anita Loos), Irene Dunne se puso a llorar y Cary Grant sufrió ataques de cólicos. Ralph Bellamy y Cecil Cunningham, más curtidos, sólo se encogieron de hombros y siguieron con las indicaciones de McCarey. Tanta fue la preocupación de Cary Grant que envió una carta a Harry Cohn, mandamás de Paramount, para que le rescindiera el contrato, aceptando incluso perder algunos cientos de dólares (mención que alimentó la fama de tacaño de Grant). La razón de esa decisión unilateral de Grant fue – él lo explicó en su carta- el estilo poco formal de McCarey para dirigir. Por supuesto, McCarey puso el grito en el cielo cuando se enteró del contenido de dicha carta y escribió a su vez otra misiva a Cohn donde le decía que no sólo aprobaba la rescisión del contrato de Grant, sino que él donaría, por cuenta suya, el dinero que Grant iba a perder. Harry Cohn, sabiamente, ignoró ambas misivas y confió en la benevolencia y profesionalismo de McCarey.

A las dos semanas de rodaje, Cary Grant estaba convencido de que no había director más genial, amable y dulce que McCarey. Igual, Irene Dunne. Quizá resulte excesivo decirlo, pero es probable que el estilo actoral de Cary Grant, sus improvisaciones, sus pequeños gruñidos, su sentido del ridículo, su increíble capacidad para ser el blanco de bromas sin perder un ápice de elegancia (lo vimos en négligée en “Bringing Up Baby” y no es una imagen que nos abochorne) se deba a Leo McCarey.

Cuando uno ve “The Awful Truth” se da cuenta de la mano maestra de McCarey y se nota también el amplio espacio que dio a sus actores para que improvisen y se sientan cómodos. Por ejemplo, en el guion original, el personaje de Ralph Bellamy iba a ser un inglesito petimetre que trata de seducir a Irene Dunne. Cuando Bellamy leyó el guion miró a su representante como diciéndole “¿Qué tengo que ver yo con un inglés aristocrático?” Y su representante (que conocía a Viña Delmar y a McCarey) simplemente propició un encuentro entre su actor y la guionista. Después de una tarde en la mansión de Delmar (ella nunca trabajaba fuera de casa) el personaje había cambiado: ahora Bellamy encarnaría a un magnate petrolero del oeste. Y, claro, McCarey estaba encantado. Quizá el personaje que se lleve todas las palmas sea el de la tía Patsy, encarnado por Cecil Cunningham, una dama elegante que tiene en la punta de la lengua todas las respuestas ingeniosas y epigramáticas que uno se imagina. En fin, vale la pena revisitar este clásico del humor de 1937. Un humor fino e inteligente en estos tiempos en los que precisamente ese bien escasea. 

Síguenos también en nuestras redes sociales:    

Búscanos en FacebookTwitterInstagram y además en YouTube.

Autor

Suscríbete a La Portada

Recomendación: Antes de iniciar la suscripción te invitamos a añadir a tu lista de contactos el correo electrónico [email protected], para garantizar que el mensaje de confirmación de registro no se envíe a la carpeta de correo no deseado o spam.
- Publicidad -

Artículos relacionados

Últimas noticias