¿El Perú unido contra el virus?

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Casi se había logrado la ansiada unidad nacional. Los voceros de los corruptos habían sido acallados. Los políticos de oposición quedaron descolocados ante la iniciativa del gobierno. Vizcarra se puso a la cabeza de la lucha contra el virus con la cuarentena que otros países demoraban. Se llegó a decretar el toque de queda y la inseguridad ciudadana se redujo a cero. Desde ventanas y balcones las multitudes confinadas aplaudían a médicos, enfermeras, policías y militares. A la semana, la política del gobierno tenía más de 80% de aceptación.

emergencia por virus

Pero he aquí que el lunes se viralizó en redes sociales un vídeo filmado en Sullana, que muestra a varios uniformados frente a un joven al que le caen cinco bofetadas acompañadas de gruesos insultos, de un “¿tú sabes quién soy yo?” y un “te perdono la vida”. Fue suficiente. La nación de nuevo se dividió entre los que critican la actuación del que resultó un capitán del ejército, y los que lo apoyan. Actuando con presteza, el comando del Ejército lo relevó del puesto y le abrió un proceso administrativo, volviendo a poner orden, consciente, de que ese abuso no sólo equivocó el blanco en esta batalla silenciosa, sino que abría una peligrosa brecha entre militares y civiles, cuando es indispensable la unidad para enfrentar al desconocido enemigo.

Quede claro que -para el autor- el ejército en estos dos siglos ha sido forjador de la nación, ha fomentado la integración social de los campesinos con la sociedad urbana y es una de las pocas instituciones en que, mal que bien, funciona la meritocracia. Y que su contribución a dar estabilidad en tiempos de crisis ha sido fundamental, por lo que no habrá triunfo sobre el Covid19 sin médicos y sin soldados.

En la discusión que se ha armado en redes sociales, los alineamientos a favor y en contra, poco tienen que ver con el sexo, el ingreso económico, el grado de instrucción, la doctrina política o las prácticas religiosas de los que apasionadamente esgrimen argumentos y contrargumentos. Son aguas cruzadas y turbias, fruto del stress del encierro, en muchos casos. Más de una amistad se ha deshecho y hasta partidos, iglesias, hermandades, clubes y grupos de amigos se han visto resquebrajados por el inusitado y altisonante intercambio de mensajes.

Un primer desacuerdo es si el capitán Cueva actuó legalmente. Por increíble que parezca, no sólo guachimanes y taxistas, sino hasta abogados creen que el Estado de Emergencia da para todo, inclusive, que autorizaría a un soldado “a meter bala” si no es “obedecido”. Totalmente falso. La suspensión de garantías, obviamente, no pone en suspenso la primera garantía que el Estado ofrece a todos sus ciudadanos, que es a la vida y a su integridad.

¡Ahí está! Se arguye que, estando en grave peligro la salud de todos, el que ciudadanos (de frente pasan a ser “delincuentes”) rompan la cuarentena, los hace merecedores no sólo de cárcel (no hay delito, señores letrados) y trato riguroso, sino de contagio inmediato y hasta bala. El joven de Piura sigue recibiendo todo tipo de calificativos, amenazas y maldiciones, como si fuera el chivo expiatorio que hay que entregar como ofrenda para aplacar al devorador virus.

Pero más allá de citas textuales de reglamentos, o de enfoques psicológicos, el debate ronda por cuestiones morales que la mayoría pensaba eran temas de curas y beatas y, a lo sumo, de profesores de filosofía. ¿Es correcto que una autoridad golpee a un ciudadano? ¿Hay atenuantes o en ninguna circunstancia? ¿Es incorrecto criticar al capitán, si antes el o la crítica no se ha condolido por la muerte de un sargento atropellado por un empleado público en Puno? ¿El capitán no tiene responsabilidad por el abuso, si se descubre que el golpeado tenía antecedentes policiales? ¿Sólo tienen derechos los que previamente cumplen sus deberes?

Ergo, si el joven faltó a la orden de cuarentena, ¿perdió sus derechos? ¿Es el ejército una institución que debe ejercer tutela sobre los civiles hasta que alcancen la madurez? ¿El uso del arma frente a un civil desarmado es condenable? ¿El policía o militar debe ser investigado o  relevado de responsabilidad por el uso de su arma en el ejercicio de sus funciones?

El poder es un arma poderosa y delicada, a la vez. Si se sabe manejarlo puede traer satisfacción y bienestar para muchos, pero si no sabe contenerlo y controlarlo, puede hacer de muchas vidas, un infierno. Tiene un pequeño poder el guachimán que controla una puerta y puede traer la felicidad a un deudor que llega tarde a su cita; el padre frente a un hijo, al que puede corregir con la palabra o el golpe; el maestro frente a un estudiante, al que puede enseñarle o acomplejarlo para siempre; el burócrata frente a un usuario, al que puede servirle o exigirle una coima.

Tiene poder el sacerdote que puede perdonar los pecados o abusar de un niño. ¿Y cómo se aprende a contenerse en el uso del poder? Practicando la empatía, es decir, poniéndose en el lugar del otro, sintiendo que el otro es un igual a uno. Ninguno de los que apoyan a Cueva, se ponen en los zapatos del abusado.

La actitud del militar y de sus adherentes no llama a sorpresa. Por las respuestas a estos asuntos que se ven en redes, se identifican con el abusivo; porque, dados los históricos índices de violencia familiar, como fueron “educados” a golpes, se ve normal que la autoridad pretenda “corregir” la falta con golpes. La mayoría parece convencida que sólo se puede educar y hacer justicia, con la violencia. O quisiera que se viviera en un toque de queda permanente.

Pero, esas opiniones reflejan, también, que los peruanos no han sacado la lección del conflicto armado que ensangrentó a los hogares peruanos. Es decir, no se aprendió que la solución a los problemas hay que buscarlos con la razón, sin violencia, aplicando la ley. Porque un primer acto violento para intentar la solución de un problema chico o grande (como esa quema de ánforas en el pueblo de Chuschi en 1980) puede destapar la caja de Pandora y dejar salir todos los males del mundo. La violencia sólo genera violencia como respuesta y no el orden esperado. A la violencia delincuencial hay que oponerle el orden de la ley y no su reflejo. Y los ciudadanos deben exigir que los funcionarios públicos apliquen la ley y no se pongan por encima de ella.

Muchísimos católicos tradicionales y evangélicos, respaldan el abuso, y viven su disonancia cognitiva con la mayor desenvoltura, pues su fe sólo les sirve para rituales y fiestas o la muestran como Groucho Marx mostraba sus principios. A ellos, parece que viene a aplicarse, cabalmente, lo que escribió Shakespeare: “Be wears his faith but as the fashion of his hat; it ever changes with the next block”[1]

El candente debate de estos asuntos parece la primicia de otros que se están suscitando por los motines en cárceles y los derechos de internos; o los que se podrían producirse si ocurre un estallido de desesperación de los pobres urbanos con los consiguientes saqueos y un previsible uso de sus armas por parte de policías y soldados. Ojalá que el manejo de parte del gobierno, de los empresarios y de los políticos; y la participación de los que somos ciudadanos y no ahijados ni reclutas, nos haga superar pronto la crisis y acercarnos a esa utopía llamada democracia.

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[1] “Lleva su fe, pero como la moda de su sombrero; alguna vez la cambia en la siguiente cuadra” en Mucho Ruido y Pocas Nueces.

(Publicado en Noticias Ser)

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