Francisco Mostajo Miranda, con el pseudónimo de “Travada”, escribió varias anécdotas y numerosos artículos históricos. Por venir el caso, enseguida les transcribo una anécdota de la pluma de “Travada”, tomada de la revista Escocia. N.º. 15. Pág. 6, editada en Arequipa.
“El 21 de mayo de 1893 hubo una gran velada literario musical, organizada por la Unión Católica, con motivo del jubileo episcopal de León XIII. Se realizó en el gran patio de la casa en que aquella sociedad tenía sus salones y que es la que actualmente ocupa la Comandancia de la III Región Militar, en la primera cuadra de la calle San José. /
La presidió el Obispo Huerta. De los oradores sólo recordamos al doctor Antenor Vargas Taylor y al doctor Jorge Polar. El primero, parodiando la frase de Arquímedes, exclamó: “dadme una mujer y moveré el mundo”. General aplauso resonó, subrayado por una sonrisa: el doctor Taylor estaba en vísperas de contraer primeras nupcias. El segundo –orador predilecto del público- pronunció un bello discurso sobre la mujer, que corre publicado en El Deber de la época. /
Poesías hubo a porrillo. Zegarra Ballón, cuya entonación declamatoria gustaba en Arequipa, leyó su inspirada composición: La Barca de Pedro. Víctor M. Siles recitó unas estrofas alegóricas sobre la felicidad, que no se han publicado; y Carlos M. Vivanco –hoy distinguido galeno- dijo unos versos, de los cuales se nos ha quedado en la memoria este típico pareado:
“en medio de curvaturas,
Proclama al Dios de las alturas”
Pero el número que no estaba en el programa fue el discursillo de Domingo Gómez. Este era enteramente desconocido. De repente, cuando nadie lo esperaba, surgió en la tribuna y ‘dijo su palabra’. Fue lisa y agresiva, sin ningún garbo literario, que nunca llegó a tenerlo Gómez: atacó a los sedicentes liberales, que eran los de la Asociación Patriótica.
La indignación fue general: en los liberales por haber sido mordidos y en los conservadores porque en su actuación fue una nota aislada de contrabajo (Gómez lo tocaba).
¿Quién es éste? Se preguntaban todos, y todos se respondían con un apodo tradicional. Por lo mismo que recién aparecía en la arena, nada había que echarle en cara, y se limitaban a agregar: es un carpintero, como más tarde le dirían al doctor Mostajo, aludiendo a que los padres de ambos –muy amigos- ejercían el oficio del padre de Cristo y del mismo Cristo. Así eran los tiempos aquellos, y no han variado en nuestra sociedad de pantorrilludos.
De este modo debutó Domingo Gómez, el decano de los cronistas locales, descartado Zegarra Ballón que ya no mueve su batería de periodista desde las columnas de gacetilla, sino desde la dirección de su diario El Pueblo. Gómez fue fiel a su causa durante su vida íntegra, y en las luchas de liberales y conservadores hizo de cabeza de turco, contra la cual aquellos descargaban sus mandobles, hasta desarmarlo, mientras los señoretes del ultramontanismo se escondían tras él: tuvo ese mérito”.
Dos preguntitas de “Juanguillermitititito” para mi querido y admirado “Travada”: el apodo de Domingo Gómez, que usted tan cazurra como magistralmente alude y calla ¿no sería el Ccoro Gómez?, ¿o sería otro más pícaro y picante y por eso usted hace que todos sus contemporáneos lo piensen, pero usted no lo dice?
(En las citas textuales que se hacen en esta obra se respeta la ortografía de sus originales)