Carlos Bayona en trabajo finalista en Crónica del XII Concurso Literario

"Hace tiempo, una media mañana se difundió en el Facebook que un micro había atropellado al poeta Bayona en la Panamericana Norte, a la altura del paradero de Pro, entre los libros de Vargas Llosa"

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En el XII Concurso Literario “El Búho”, cuatro trabajos resultaron finalistas, de acuerdo a la calificación del Jurado Calificador. Éste estuvo compuesto por los escritores Marco Avilés, Willard Díaz y la gestora cultural Ángela Delgado Valdivia.

Uno de ellos fue el titulado “Carlos Bayona, el poeta caminante” enviado bajo el seudónimo de Paco Fariña y de la autoría del profesor universitario José Richard López Mauricio.

Sobre el autor de la crónica finalista

Es provinciano, aunque reside en Lima. Tiene título y especialización en Educación, especialidad de Lengua y Literatura.

También tiene el grado académico de Magíster por la institución a la que pertenece, la Universidad César Vallejo. Se ha especializado en Redacción académica, creación literaria, corrección de textos y gestión cultural.

Obtuvo una mención honrosa en el Concurso Literario de el Búho.

Trabajo: Carlos Bayona, el poeta caminante, finalista del XII Concurso Literario

«Nací para escribir, nací para pintar y sensibilizar el alma»

Carlos Bayona ha ingresado a un aula de secundaria del colegio Antonio Raimondi. La subdirectora y el profesor piden a un grupo de escolares que suspendan un momento el trazado de su mapa conceptual, mientras la mayoría ya observa con curiosidad al visitante. Pronto se enteran por él mismo de su currículo: estudió dibujo y pintura en Piura, publicó con suerte algunos poemarios en Lima y hoy alterna su oficio de librero ambulante con el de juglar en escuelas y universidades. «Nací para escribir, nací para pintar y sensibilizar el alma», ha dicho en una entrevista. «Los poetas escribimos sobre los problemas del Perú», va introduciendo ahora a los escolares en su quehacer de poeta, reflexivo, paternal. Luego abre su plaqueta editada por «La tortuga ecuestre» y simula leer un poema que tiene estampado en la memoria.

Con voz al mismo tiempo alegre y solemne, seguramente para evitar que la poesía se tome como añeja o aburrida, y más bien se abra paso entre los chicos, les recita un poema de Federico Barreto «para que se lo dediques a tu Juan, a tu Juana, y mirándole a los ojos le digas: “Con candoroso embeleso / y rebozando alegría, / me pides morena mía / que te diga… ¿Qué es un beso? // Un beso es el eco suave de un canto, / que más que canto es un himno sacrosanto / que imitar no puede el ave. // Un beso es el dulce idioma / con que hablan dos corazones, / que mezclan sus impresiones / como las flores su aroma. // Un beso es… no seas loca…

¿Por qué me preguntas eso? / ¡Junta tu boca a mi boca / y sabrás lo que es un beso!”». Es entonces cuando estallan los aplausos adolescentes, encendidos por la oxitocina de las rimas de amor.

Horas antes Carlos había dejado a sus hijos Gonzalo y Anita en la escuela, y había tomado el micro de Pachacútec a Independencia para arribar a un improvisado taller de impresiones al frente de la Universidad Nacional de Ingeniería. «Ha venido el señor Bayona», anunció una señorita a un compañero que espiralaba copias en otro compartimento. Pronto le alcanzaron las doscientas fotocopias de su plaqueta, que él de inmediato compaginó, dobló y grapó como un hábil editor a demanda. En ese mismo lapso, la joven recepcionista cosió ocho ejemplares de Poesía peruana contemporánea (2022, con prólogo y notas de Carlos), y les pegó una colorida portada con la imagen de Vallejo.

De esa imprenta al paso, Bayona había enrumbado al colegio Raimondi con un viejo maletín engordado por plaquetas y una bolsa plástica con la antología de poesía peruana, un parnaso con los clásicos poemas de Melgar, Chocano, Moro, Bendezú…, además de los de sus amigos escritores, a los que esperaba visitar.

* * *

Carlos Bayona Mejía (1967) es piurano. Su apellido, la piel tostada y la mirada soñadora de tallán son rasgos que se combinan en él como un poeta del sol. En un reportaje grabado como práctica de unos universitarios, confesó: «Cada persona viene para algo, ¿no? En mi caso me ha tocado vivir para el arte. Uno nace con este don, aunque se puede cultivar conforme va pasando el tiempo. Pero creo que si naces con este don, la palabra, la imaginación, todo eso fluye». Y todo fluyó para él desde los diez años, con pininos en la escritura literaria y escarceos en la declamación, pese a que el director de su colegio le pidió a su madre que lo retire porque estaba medio loco y debía encerrarlo en un centro de reposo. Felizmente, en casa siempre gozó de comprensión y libertad.

Por varios años, Carlos se dedicó a distribuir libros de una editorial a pequeñas librerías. Ahora, de vez en cuando, estaciona un carrito de madera para la venta de libros en las veredas vecinas de la Universidad Vallejo, pero la mayor parte de la semana ubica un triciclo con libros cerca de un centro comercial en Pro, en Los Olivos. Muy cerca, su mujer, Karen, oferta peluches de temporada en una mesa portátil, y unos metros más allá también está su hijo mayor, Julio, que ha heredado su oficio de vendedor de libros.

Carlos tiene una cojera desde la niñez, debido a una caída mientras jugaba; el esguince no se trató y desde entonces tuvo que caminar arrastrando ligeramente una pierna. Pese a ello, su sueño es repetir el itinerario que una vez hizo a Ecuador, Bolivia y Chile. «En Chile se promueve mucho la lectura, por eso tienen dos Premios Nobel: Pablo Neruda y Gabriela Mistral. Allá, cuando un poeta muestra su trabajo, la gente se acerca y le pregunta cuánto cuesta su libro.

En el Perú, los poetas pedimos a la gente que colabore». Los pocos que compran sus plaquetas son los muchachos encandilados por los versos de amor, sobre todo antes del recreo que es cuando aún disponen de algunas monedas. A veces la caminata de un colegio a otro le toma todo el día; su primer objetivo es simple: conmover al director para que le permita pasar por las aulas. Así, últimamente ha recitado poemas en Independencia, San Martín de Porres, Los Olivos, Comas y Ventanilla.

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Carlos recuerda que, en una de sus visitas a la Universidad San Marcos, una profesora le pidió que repartiera su plaqueta a cada estudiante de su clase. Ni corto ni perezoso, acostó un ejemplar en cada carpeta hasta que llegó otra vez al escritorio de la docente. Ella pagó por todos, dichosa de que sus alumnos conozcan a un poeta caminante de carne y hueso. No era para menos: ya había publicado Poemas nostálgicos (1990), De la sombra a la luz (1991) y Poemas sin nombre (1992). Además, sus poemas desfilaban en el libro 21 poetas del XXI (+ 7): generación del 90, antología publicada el 2006 por el crítico Manuel Pantigoso.

Una tarde fue a un instituto con sus plaquetas, pero el vigilante fue un muro impenetrable. Al día siguiente, después de esperar casi dos horas, la secretaria lo anunció a su superior como un escritor visitante. Cuando llegó a ingresar a la oficina directiva, el gerente giró en su silla y lo saludó con efusión: «¡Poeta Bayona, a los siglos!». Así ocurre a veces, con reencuentros sorpresivos, con explosiones de afecto, con la poesía abrazadora de amigos. «Me comporto como un paria, / a veces soy tierno con los racimos de las uvas, sublime como las aves caídas de los sauces», dice en sus versos. «Ese es mi trajín, mis batallas… Hago todo el esfuerzo para difundir cultura…, ahí con mis sueños hechos robles», manifiesta esperanzado.

Hace tiempo, una media mañana se difundió en el Facebook que un micro había atropellado al poeta Bayona en la Panamericana Norte, a la altura del paradero de Pro, entre los libros de Vargas Llosa, de administración y derecho. Roger Antón, escritor chimbotano que frecuenta Lima, había descrito el hecho con una minuciosidad policiaca. La nota apócrifa daba detalles de cómo Carlos había sido embestido por el vehículo y añadía una generosa semblanza del poeta. Esa tarde, al celular de Karen llegaron muchos mensajes con el pésame. Consultas sobre dónde sería el sepelio e insistentes preguntas de por qué Carlos se había atrevido a morir. Lo que reveló esa juguetona noticia fue que Bayona era muy apreciado por su quijotesca manera de vivir difundiendo poesía.

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Bayona ha entrado a varias aulas del colegio Raimondi. La subdirectora ha tenido la amabilidad de acompañarlo y presentarlo a los profesores. También lo ha invitado para que sea jurado de un concurso interno de declamación y esa será su retribución al colegio olivense. Ha logrado vender una treintena de plaquetas y una antología. Con una sonrisa de niño, está satisfecho de haber salvado la mañana, y sobre todo de haber alumbrado los ojos de algunos chicos mediante versos.

Su imagen de poeta trashumante y artista popular se ha grabado en la mente de aquellos escolares que quizá, al igual que él, se contagien de esa misteriosa luz que lo impele a vivir poéticamente. Sea como profesor de dibujo en talleres para niños, como errante juglar o vendiendo libros en el paradero, Carlos Bayona nos deja la ilusión de que la poesía es una grácil mariposa, inaudita pero vital, en el bullicio cotidiano de la calle.

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Concurso Literario El Búho

Autor

  • Semanario El Búho

    Las notas publicadas por “Semanario El Búho” fueron elaboradas por miembros de nuestra redacción bajo la supervisión del equipo editorial. Conozca más en https://elbuho.pe/quienes-somos/.

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