“Call Me By Your Name” de Luca Guadagnino

"La fotografía de Sayombhu Mukdeeprom, hermosa fotografía de 35 mm., se deleita en paisajes abiertos, cielos serenos y cálidos, viñedos ubérrimos, carreteras polvorientas de un verano adolescente. Por esas carreteras, por esas callejas sinuosas de Lombardía, seguimos a nuestros personajes"

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“Call Me by Your Name” (2017) cierra una etapa que podríamos llamar “romántica” en la filmografía de Luca Guadagnino. Esta etapa transcurre entre los años 2005 y 2017 y se caracteriza por un cine exuberante, apasionado, vibrante, lleno de mucha luz y de muchos sonidos sugerentes. Un cine a flor de piel, casi -diríamos- embriagador.

En CMBYN, por ejemplo, la naturaleza en todo su esplendor es un elemento indispensable para seguir las tortuosas experiencias amorosas de Elio y Oliver. La fotografía de Sayombhu Mukdeeprom, hermosa fotografía de 35 mm., se deleita en paisajes abiertos, cielos serenos y cálidos, viñedos ubérrimos, carreteras polvorientas de un verano adolescente. Por esas carreteras, por esas callejas sinuosas de Lombardía, seguimos a nuestros personajes, los acompañamos en su viaje de descubrimiento y sentimos que el primer amor debe ser algo tan cálido y apabullantemente grandioso como el mismo cielo de Lombardía.

Aquí resulta fácil la analogía entre el edénico ambiente en que viven Elio y sus amigos y el verdadero edén del Génesis, locus amoenus en el que sin embargo nace y crece el pecado como un fruto prohibido. Así también lo vivirá Elio y se consternará de su concupiscencia hasta que su padre en una última y poderosa escena le explica que debe sentirse dichoso de haber amado y de haber vivido una experiencia de amor pura, limpia y hermosa. Al final, queda claro que el muchacho desgarbado y con cuerpo infantil ya no es más un retoño. Aquel verano de 1983 es el fin de la infancia para él y el comienzo de la delicada, quizá espinosa, vida de adulto. Por eso contempla el fuego como quien contempla un Aleph que dibuja el firme pasado sobre un futuro incierto y borroso.

Suena aquí “Vision of Gideon” de Sufjan Stevens, un momento decisivo y emocionante en el que Timothée Chalamet exhibe un arte interpretativo realmente convincente y digno de encomio. Otro momento musical imperecedero es aquel en el que en una fiesta nocturna al aire libre suena “Love My Way” de Psychedelic Furs. Oliver, feliz y emocionado, baila transido de felicidad, despojado de cualquier pudor o contención que pudiera importunarlo. Creo que será imposible volver a oír esa pieza icónica de los ochenta sin rememorar ese brillante momento de la película.

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