Leer “El Conde Lucanor” hoy en día ya no tiene la misma práctica utilidad que tuvo en su tiempo, en el siglo XIV. El texto está dirigido a un público selecto: señores terratenientes con estado y vasallos que tengan vecinos de esa misma guisa y, por tanto, posibles enemigos y posibles aliados.
Los consejos que contiene pueden parecer hoy fútiles y obvios e incluso hay ejemplos que hoy en día sería impensable escribir: el ejemplo XXXV es brutal, sangriento y machista, el ejemplo XXVIII es gazmoño y simplón… Y para más inri, el Infante don Juan Manuel quiere a toda costa dejar en claro su sapiencia y su devoción, por lo tanto, su presencia en la serie de relatos se torna muchas veces cansina.
El libro está estructurado en cinco partes, la primera, la más famosa, la más extensa y la más importante, contiene 51 “exempla” o relatos didácticos que el consejero Patronio pone al alcance del joven conde Lucanor. Las tres siguientes partes son aforismos que el Infante creyó oportuno dejar para sus lectores. Él mismo dice que “como los consejos que contiene la primera parte del libro fueron tomados como demasiado sencillos y de muy fácil comprensión”, entonces él quiere demostrar que también sabe discurrir “oscuramente” y nos regala esa retahíla de arabescos verbales que ni don Luis de Góngora se hubiese atrevido a formular sin pudor. Supongo que para el autor esa cacofonía intraducible es el summum de la sabiduría y el reflejo de una pluma realmente predestinada.
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La última parte del libro, la quinta, es un sermón acerca de cómo alcanzar la gloria del paraíso. El Infante pretende ahora demostrarnos sus dotes de fuerte argumentador y nos dice que ahora sí nos va a quedar claro cómo haciendo buenas obras alcanzaremos la salvación de nuestras almas, pero cuando descubre los pilares de su razonamiento resulta que siempre es uno y el mismo: “porque así lo cree nuestra Santa Madre Iglesia de Roma”.
Con todo, hay “exempla” que son verdaderas joyas. El relato XI, “De lo que aconteció a un deán de Santiago con don Yllán, el gran maestro de Toledo” (relato que impresionó sobremanera a Borges y que trasladó ad pedem litterae en algún libro suyo) es de magnífica factura. También el ejemplo XXIII, “De lo que aconteció a un rey con los burladores que hicieron el paño” es un ingenioso y exquisito relato que Cervantes siempre recordó y reescribió con algunas variaciones. Hay muchos relatos muy acertados y que sirven para probar que el Infante don Juan Manuel era (además de hombre orgulloso y soberbio) también un agudo observador del mundo y un dotado cuentista.
La tradición narrativa hispana medieval alcanza su máximo esplendor con este libro, con el Arcipreste y con las obras anónimas canónicas de esta etapa.
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