Sobradas razones tenĆa la familia Llosa en Arequipa para ser cacerista en los usos polĆticos de esa Ć©poca, pues por la carrera militar de su hijo Carlos Llosa, don Luis Llosa y Abril āel mĆ”s importante miembro de esa familia a fines del siglo XIX- conocĆa, desde hacĆa mucho tiempo, del patriotismo y valor del militar AndrĆ©s Avelino CĆ”ceres que fue jefe y protector del indicado Carlos, antes y durante la guerra con Chile. Casi, podrĆamos decir, que Carlos Llosa y Llosa conociĆ³ dos hogares: el familiar que tenĆa por jefe a don Luis y, el militar, del batallĆ³n Zepita, donde tenĆa por jefe a don AndrĆ©s Avelino CĆ”ceres.
Precisamente, cuando en la Batalla del Alto de la Alianza del 26 de mayo de 1880, muere en combate el teniente coronel Carlos Llosa sin cumplir los 31 aƱos de vida, el primero en lamentar y en enviar consoladoras frases a su familia, fue el coronel CĆ”ceres. En alguno de sus pasos por la Arequipa de aquellos difĆciles aƱos, CĆ”ceres incluso, se habĆa alojado en la casa de los Llosa. AdemĆ”s, otro motivo personal de identificaciĆ³n cacerista por parte de los Llosa, fue que uno de los mĆ”s conspicuos hombres de CĆ”ceres: Remigio Morales BermĆŗdez, casĆ³ en 1893 con Justa MasĆas y Llosa.
Dice la sentencia popular que quien a buen Ć”rbol se arrima, buena sombra le cae encima; efectivamente, cuando Arequipa y CĆ”ceres vivieron al partir de un confite, allĆ” por los aƱos de 1885 a 1889, la familia Llosa de sĆ³lida situaciĆ³n econĆ³mica, vio caerle encima la buena sombra del general, en forma de figuraciĆ³n polĆtica de primer orden y, entonces: la alcaldĆa, la senadurĆa, las delegaciones y las puertas del Palacio de Gobierno estuvieron abiertas de par en par para don Luis Llosa y Abril, especialmente.
Con el transcurrir del tiempo, la identificaciĆ³n entre Arequipa y CĆ”ceres fue cayendo en la indiferencia y, lo que es peor, en la enemistad. A fines de 1894 Arequipa ya no era cacerista, ni de lejos, pero los Llosa ācon ejemplar consecuencia- seguĆan siĆ©ndolo. Cuando se produjo la revuelta pierolista del 27 de enero de 1895 y un grupo de montoneros entraron a la ciudad en que los apasionados paisanos, a tiros, derrotaron a las fuerzas militares que defendĆan el segundo gobierno de CĆ”ceres, los Llosa sufrieron las iras populares.
Una turba atacĆ³ la casa de don Luis, mientras sus habitantes huĆan por las paredes posteriores. Tirando abajo el portĆ³n que daba a la calle, rociaron con materia inflamable el interior de las habitaciones, mientras algunos comedidos sacaban el piano al patio, el que tambiĆ©n fue rociado y le prendieron fuego. Muebles, cortinas, documentos, vestidos, todo se ardĆa. La siniestrada casa de don Luis Llosa y Abril quedaba al frente mismo de la capillita de la tercera cuadra de la calle de los Ejercicios, donde se veneraba y venera al SeƱor del Refugio, quien ese dĆa, por no intervenir en polĆtica o porque los Llosa no lo buscaron siendo sus mĆ”s caracterizados devotos, no hizo honor a su nombre.
A propĆ³sito, con toda la sabidurĆa que encierran las sentencias populares, hay veces que necesitan complementarse, permĆtanme un agregado: āQuien a buen Ć”rbol se arrima, buena sombra le cae encimaāā¦pero cuando el Ć”rbol se desploma, ni el SeƱor del Refugio asoma. (El dato del incendio de la casa de los Llosa, me lo proporcionĆ³ gentilmente el nieto de don Luis: Alberto Llosa GarcĆa, en una entrevista personal realizada el 19 de octubre de 1982).
(En las citas textuales de esta obra se respeta la ortografĆa de los originales)
Juan Guillermo Carpio MuƱoz
Texao Arequipa y Mostajo. La Historia de un Pueblo y un Hombre
Tomo III. PĆ”gs. 164 – 165
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