¿Volver a lo mismo?

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Las reflexiones y propósitos de intelectuales y políticos, de cara a la celebración del bicentenario de la Independencia de nuestro país, se vieron cortados abruptamente por la irrupción de la pandemia del coronavirus. a la que debemos acostumbrarnos. Muchos creyentes habrán tenido ocasión de pensar en esta Semana Santa, en la amenaza de una muerte cercana, y en aferrarse a la esperanza de la resurrección.

país con coronavirus
Foto: AFP

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Jaime Joseph recuerda que para Hannah Arendt los momentos para vivir verdaderamente la libertad se dan en situaciones excepcionales, como en las guerras. Cuesta pensar que en esta guerra, encerrados como estamos, podamos vivir una experiencia de libertad. Pero Joseph explica que Arendt se refería a que en una situación extrema el individuo está libre, porque ya no volverá al pasado, pero tampoco estará sometido al futuro que ese pasado había preparado o anunciado. Es decir, en una situación extrema uno puede pensar, imaginar, con entera libertad, el futuro que se puede construir. Joseph explica el pensamiento de Arendt a partir de la experiencia de los migrantes del cono norte de Lima, que dejaron sus tierras en la sierra y cancelaron su pasado para construir sus familias y sus casas en esta megaciudad y cambiar el futuro de sus hijos que se van como migrantes a Estados Unidos o Europa.[1]

Estamos, entonces, en ese momento de libertad del que habló la filósofa alemana. Los que sobrevivan a esta guerra “van a salir dañados” –así de duro y dramático ha sido el pronóstico de Mazzetti- por lo que, cabe preguntarse, ¿estamos dispuestos a volver a lo mismo? O vamos a comprometernos en cambiar para mejor. ¿Vamos a volver al pasado subdesarrollado? ¿“Al Perú informal que no lo cambia nada”? ¿Al país de los políticos y empresarios corruptos? ¿A el país de las oportunidades perdidas, como se perdió la transición política del 2001? ¿Al “mendigo sentado en su banco de oro”? ¿Al país de la nación desintegrada por el racismo y de la democracia fallida?

Obviamente, no se trata de que, por acto de magia, desaparezca el Perú que conocimos, pero es evidente que, con el virus atacando por dos años más, la defensa de nuestra vida nos hará cambiar, aunque podamos volver a trabajar o circular por calles y carreteras, y cambiará hábitos e instituciones sociales. Resulta difícil, además, que concentrados como estamos en cuidar nuestra salud y la de nuestros familiares, podamos proyectarnos al futuro y pensar en los demás, en la comunidad y, menos, en la nación. Pero hay que darse cuenta también que unos pocos sí están pensando en ello y pretenden que su diseño se imponga a las mayorías.[2] Toca a quienes tuvimos el privilegio de pasar por una universidad aportemos al nuevo proyecto histórico que queremos para el Perú y éste se haga sentido común y pueda, después tener una expresión política clara.

La terrible experiencia que estamos pasando deja algunas convicciones que hay que subrayar:

1) La vida es el bien más preciado y no puede manejarse como una ficha, una estadística o al arbitrio de un sistema de salud precario. No hay peruanos prescindibles, ni de segunda categoría. No es el individuo el que se salva. Lo salva la familia, los vecinos, los amigos. Nadie se salva solo, nos salvamos todos. Por tanto, somos responsables de nuestra salud, pero también de la salud de los que nos rodean y los nuevos hábitos de higiene son un avance.

2) En esta salvación colectiva, el Estado ha resultado el actor fundamental en la lucha contra la pandemia. Los empleados públicos (antes muy criticados) forman la primera línea de lucha contra la enfermedad: médicos, enfermeras, policías, soldados. Además es el garante de la seguridad: en la cuarentena casi desaparecieron los ataques de la delincuencia, aunque no se erradicó a la violencia familiar.

3) En una emergencia de salud los negocios pueden esperar. Luego de la salud, la prioridad es mantener los empleos y no las ganancias de unos pocos. El presupuesto público puede solventar a los negocios privados para que no quiebren. Algunos hablan, inclusive de instaurar una economía de guerra que subordine a las grandes empresas privadas a los planes del Estado en esta lucha. Como se ve, el mercado no es racional sino salvaje. La gran empresa privada acompaña pero no está en la primera línea de combate.

4) No todos afrontan la pandemia de la misma manera. Una importante cantidad de peruanos la están pasando muy mal, luchando por sobrevivir, porque la ayuda estatal no les llega o no les alcanza. El libre mercado no trajo el bienestar para todos, sólo para una minoría. El Estado tiene que ayudar a disminuir esas brechas.

5) Ahora que, gracias a la tecnología, todos o casi todos estamos comunicados en forma instantánea, podemos hacer ejercicios de empatía, es decir, ponernos en los zapatos del prójimo. A diferencia de la crisis de la guerra con Chile, esta vez podemos dar un salto en forjar la nación de los peruanos, como una unidad que esté por encima  de los males del clasismo, racismo, machismo y regionalismo que nos dividen profundamente.  Formar la nación, es una cosa más seria que vestir la camiseta blanquirroja y cantar la “la erre de rifle y la “u” de la unión”.

Sin embargo, el temor a la enfermedad y la muerte trae la tentación de aspirar a una sociedad cuartelaria y conventuaria. Muchos piden que los soldados se queden en las calles, que se meta bala a los que violen la cuarentena y apoyan que los policías estén protegidos por si matan a alguien. Muchos piden no a un presidente sino a un sheriff que les solucione los problemas y haga cumplir las órdenes sin dudas ni murmuraciones. Que seamos una nación de soldados, ordenados, saludables, limpios, violentos. Que la vida se reglamente como en un convento, donde cada jornada tiene un horario y actividades por cumplir. Y que la gente no cuestione a la autoridad, que no discuta, que no hable. Confunden el orden, con uniformizar las conductas de los individuos, lo que se opone totalmente al ideal de libertad de la Independencia.

Pero una minoría quisiera arrasar con todo el pasado y sus instituciones y comenzar desde los cimientos, a punta de la violencia, fusilando a todos los corruptos, poniendo en marcha la venganza histórica de los de abajo, de los ninguneados. Ese discurso no ha desaparecido por completo de la escena pública, tal como muestran los sorpresivos resultados de las elecciones legislativas de enero pasado, aunque los grandes medios lo ignoren.

En ambas alternativas, curiosamente, coinciden los simpatizantes de los Ciprianis y los Abimaeles reciclados y vestidos con piel de oveja.

También, se están forjando consensos en estas semanas para un proyecto histórico de un futuro distinto para el Perú: una sociedad libre, de ciudadanos con iguales derechos y deberes, es decir, una comunidad nacional. Donde todos tengan derecho a decir su verdad y a disentir de la opinión mayoritaria. Donde la lucha contra la corrupción se mantenga y se fortalezca. Con un nuevo sistema de salud y seguridad social que unifique MINSA y ESSALUD, Sanidad de FFAA y PNP y haga desaparecer el negocio de la salud de los seguros y clínicas privadas. Con la reforma a fondo de las AFP para que todos los adultos mayores reciban una pensión. O con todos los servicios públicos en manos del Estado. Con la participación decisiva del Estado en la economía. Con una reforma del sistema tributario para acortar las brechas de la desigualdad.

Y con garantías para los trabajadores y pequeños propietarios del campo y la ciudad y respeto a la consulta previa. Con nuevas tecnologías para el trabajo remoto y la educación a distancia; y por qué no, con el voto por internet para los peruanos residentes en el extranjero. Con partidos que no sean cascarones, ni hermandades de corruptos, sino organizaciones con programa y escuelas de futuras autoridades. Y con una nueva prensa sin amarillismo. Con un concurso internacional para concesionar el espectro electromagnético para una nueva televisión, que no difunda el racismo y el clasismo que observamos. Este proyecto necesitaría una nueva Constitución, pero no depende sólo de ello. Depende de los consensos sociales a los que se arribe previamente que obliguen  a los acuerdos políticos. Como muestra  el reciente proceso político chileno.

Estamos en momentos de angustia, pero, también de libertad. Echemos mano al optimismo de la imaginación.

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[1] Jaime Joseph publicó su tesis de doctor en Sociología hace exactamente 15 años, bajo el título de “La ciudad, la crisis y las salidas”, cuyas páginas encierran unas reflexiones de candente actualidad.

[2] Resulta patético observar que la TV, publicista de CONFIEP, siga propagando las caducas y ridículas ideas de Hernando de Soto que alucina que los pobres que habitan los cerros de Lima, en realidad no son pobres, sino propietarios de terrenos que valen en conjunto miles de millones de dólares.

Publicado en Noticias Ser

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