Dentro de 7 meses, tendremos que ir a las urnas para elegir a un nuevo presidente para el PerĆŗ y el panorama no es nada auspicioso. Entre pandemia, poscuarentena y crisis en todos los sectores, nuestro frĆ”gil sistema democrĆ”tico serĆ” presa fĆ”cil del populismo y la charlatanerĆa al mĆ”s alto nivel.
Como es bien sabido, en los procesos electorales imperan las emociones sobre la razĆ³n. La rabia, la frustraciĆ³n, el resentimiento o la simple antipatĆa tienen mayor peso al momento de votar que una evaluaciĆ³n responsable de planes de gobierno o perfiles de candidatos. Los acadĆ©micos le llaman posmodernidad y viene acompaƱada del desmoronamiento de instituciones. Con el paso arrasador de la pandemia tenemos la ebulliciĆ³n de todas estas condiciones; pues, las personas tienen mĆ”s motivos para sentirse insatisfechas con el mundo y todos los sistemas que representen las carencias que las agobian. Es decir, los ciudadanos estarĆ”n mĆ”s propensos al voto visceral de lo que habitualmente estaban.
En este contexto, son dos los tipos de candidatos que podrĆan encontrar mayor aceptaciĆ³n: los populistas y los antisistema. Los primeros, ya sabemos, son los que ofrecen todo lo que las personas quieres escuchar, sin importar la viabilidad de esas propuestas. Los segundos prometen cambios radicales que, en otras experiencias del planeta, no han servido para rescatar a los oprimidos mĆ”s que para cambiar el nombre de sus opresores.
A esta situaciĆ³n se suma el hecho de que el sistema electoral sigue auspiciando la candidatura de aventureros y prontuariados, con lo que es muy poco lo que se pueda esperar. Ruego estar equivocada.
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