Historias de Arequipa: una receta que devolvió el sosiego

"Ahora que con motivo de la estación de lluvias han de aparecer las pulgas que tanto afligen con sus picadas, daremos una receta: póngase en un rincón del dormitorio una lamparita de aceite de olivo sobre un plato..."

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La foto «Huatia» de Raúl Cárdenas ganadora del segundo premio del concurso de fotografía antigua “Arequipa de Antaño: Memoria familiar e identidad de cara al Bicentenario”, promovido por la Universidad Católica San Pablo

Arequipa, ubicada en la ladera de los Andes, siempre ha gozado –o sufrido, según quiera usted calificarlo- de un clima seco que no sólo acartona la piel sino hasta la expresión de sus habitantes; pero, como no hay absolutos, en forma cíclica anual sobreviene una temporada de lluvias que, algunas veces, deja a los arequipeños más empapados que guijarro de acequia o hígado de borracho.

Las lluvias no sólo traen alegría a los agricultores (que ya no tendrán que pelearse en estanques, tomas y boquerones), sino que al refrescar apergaminados y conciencias, devuelve espontaneidad a los calas de la ciudá que empiezan a dar cabriolas y a querer comer un cauchi de queso liga-liga entre dentelladas a un humeante choclo verde. Las lluvias también traen problemas, de los grandes y de los otros: que las ropas no secan, que las puertas no abren, que los cajones se hinchan, que las pulgas no paran.

Bien, ¿Se imagina usted que pasaba con las pulgas y los arequipeños cien años atrás? Cuando éstos acostumbraban a vestirse con abundantes ropas. Cuando sus “dormidas” de paredes empapeladas y pisos de astillosas maderas machihembradas no conocían casi ni la luz ni la ventilación.

Y cuando el más humilde hogar contaba con un perro, un gato, varios cuyes, gallinas y hasta un chanchito “pa’l carnaval”; cuando las facilidades y los hábitos de la higiene pública y privada dejaba muchos “lugares” sin restregar; cuando, en fin y sobre todo, no se conocían los insecticidas domésticos. ¡ …llana y simplemente que en los meses de lluvia se desataba la guerra entre los arequipeños y las pulgas y, entonces: sacar ¡todos los días! colchones, frazadas y mantones a orearse al sol.

Además, hervir las ropas. Poner payco quemado debajo de las camas. Ccorear a los sirvientes. Lavarse el pelo con potasa. Espulgarse mutuamente en la ventana o en la batiente del patio. Y a pesar de ello, tener que soportar en los pliegues menos visibles de la piel. Esos saltitos menudos que convierten al sistema nervioso en el más sensible sismógrafo. Y al sujeto que los soporta en el más empecinado explorador de su cuerpo. 

Ahora sí, podremos comprender la importancia de una pequeña notita aparecida en La Bolsa del 23 de enero de 1880 en Arequipa. A la letra dice: “RECETA ÚTIL.- Ahora que con motivo de la estación de lluvias han de aparecer las pulgas que tanto afligen con sus picadas, daremos una receta: póngase en un rincón del dormitorio una lamparita de aceite de olivo sobre un plato en cuyo fondo se haya derramado un poco del mismo aceite. Por este sistema las pulgas atraídas por la débil luz de la lámpara caen en el plato donde se van depositando en gran cantidad. Este remedio nos parece más eficaz que los polvos que un charlatán vendía, con la condición de pescar la pulga, abrirle el pico echarle el polvo y dejarla muerta, -pruébelo-“. 

(En las citas textuales de esta obra se respeta la ortografía de los originales) 

Juan Guillermo Carpio Muñoz 

Texao. Arequipa y Mostajo. La Historia de un Pueblo y un Hombre 

Tomo II. Pág. 163 

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