Un mes sin Cormac McCarthy

"La voz del comisario alcanza el brío de un estilo bíblico y épico, su tono resignado y apocalíptico, sus ideas encuadradas en una moral de antiguos y mejores tiempos, su desesperanza y toda su pesimista visión de la modernidad"

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Hace siete años, después de ver la película de los hermanos Coen, estuve como loco buscando esta novelita, “No es país para viejos”. La encontré en Amazonas a 15 soles y recuerdo que ese mismo día compré La Conjura de los Necios y leí ambos libros con voracidad y sumo placer.

“No es país para viejos” es la mirada desesperada y sombría de un viejo comisario que es incapaz de reconocer el mundo que le rodea. El impresionante inicio del libro, el relato acerca de aquel muchacho psicópata a quien el Sheriff envió a la cámara de gas, da cuenta ya de lo que nos espera en estas páginas. Por momentos, la voz del comisario alcanza el brío de un estilo bíblico y épico, su tono resignado y apocalíptico, sus ideas encuadradas en una moral de antiguos y mejores tiempos, su desesperanza y toda su pesimista visión de la modernidad no es necesariamente el punto de vista de Cormac McCarthy, pero puede serlo también. Si no lo es, McCarthy entonces ha construido un curioso personaje caricaturesco que encarna un conservadurismo sutil y poderoso.

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Es muy fácil estar de acuerdo con el comisario, a pesar de que sentimos que es un personaje que necesita una urgente “deconstrucción”. Su moral anclada en el pasado, y un tanto intransigente con la modernidad, sustenta un discurso maniqueo y peligrosamente mojigato. Para el Sheriff la presencia de Chigurh es la confirmación del apocalipsis, es la Maldad personificada. Para él no hay vuelta atrás, el mundo ha entrado a una etapa de descomposición que sólo acabará con la absoluta corrosión.

Aun así, el comisario Bell, con todos sus temores, sus defectos y sus angustias, es el personaje más íntimamente humano logrado por Cormac McCarthy. Otra cosa que es de agradecer en esta novela es el estilo directo, sencillo, conversacional de la narración. McCarthy no se pierde en disquisiciones filosóficas acerca de la naturaleza del bien y del mal, no se las da de agudo psicólogo para penetrar en la mente de Chigurh. Las frases van brotando espontáneamente al punto de que en más de una ocasión a uno lo asalta la sensación de que en este párrafo o en aquél hacía falta una corrección… Pero es una falsa sensación. El libro está muy bien narrado y las dudas y las frases que se extienden innecesariamente van de acuerdo con el tono general de la obra.

Confieso que en más de una ocasión he pensado que mientras más viejo me haga, voy a parecerme cada vez más al Comisario Bell. Quizá esa incapacidad para entender el presente y ese refugiarse en un pasado que uno conoció bien, sea el trágico destino de todos.

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