El arte de incendiar el cielo: la tradición de la pirotecnia en Arequipa 

Heredaron el arte de dominar el fuego, de convertir la pólvora en fe. Viven de su arte y mueren por él. Otros con menos abolengo, prefieren los riesgos del fuego a los del hambre y el desempleo.

Sus vidas son como regueros de pólvora, como castillos de fuego y carrizo que se extinguen mientras brillan. Su presencia se anuncia con aroma de carbón y azufre. Un martilleo lejano como el tiempo es la señal de que están trabajando. Hasta sus talleres llega el eco de los batanes en plena molienda, aquellos que utilizaban sus abuelos para moler la pólvora que servía después para llenar los cohetes y fulminantes; tal y como lo hacen ahora en Arequipa, atascando el material explosivo en cartuchos, empujándolos con varillas de metal y golpeándolos con mazos de madera, un rito que se remonta a la época en la que los españoles trajeron la pólvora en sus mosquetes. 

Un fuego con historia 

De acuerdo con algunas tesis, la pirotecnia en estas tierras tiene su origen en el tiempo de la colonia cuando algunos maestros españoles, celosos de su oficio, permitieron el aprendizaje de sus hijos mestizos, con una sola condición, que los secretos se mantuvieran en la familia. 

Con el tiempo los destellos y explosiones fueron utilizadas para darle un carácter festivo, mágico y hasta terrorífico a la nueva religión. La iglesia católica jugó un papel importante para que la afición a los fuegos artificiales se expandiera en las poblaciones indígenas. La presión del dogma español no desplazó, sin embargo a la religión indígena, la cual se mantuvo, aunque clandestina, llena de ritos y sacrificios que concluían con la incineración de sus ofrendas, costumbre que fue fundiéndose en la quema de castillos, usanza que se mantiene en las fiestas religiosas, aunque muchos no estén conscientes de ello. 

Los actuales artesanos del fuego desconocen los antecedentes más lejanos de su oficio, su conocimiento se limita al que le dejaron sus padres y abuelos, quienes, según dicen, siempre se reservaban algunos secretos. 

Destinado al fuego 

Nunca, antes del día en que extravió la vista, Nazario Hernani había mirado su futuro con tanta claridad en el fuego de la pólvora, quizá no igual que en el mágico arte de los antiguos peruanos que auguraban su futuro a través de las flamas que despedía la coca y el sebo de llama al ser quemadas, pero casi. 

El abuelo había sido pirotécnico, su padre, aunque sin mucha destreza, también. Él, con su gusto por los libros y la gimnasia, parecía que se dedicaría a la Contabilidad, carrera que terminó en la Universidad San Agustín, sin embargo, una mala caída durante su entrenamiento le daño el nervio óptico cambiándole los planes para siempre. 

El destino regularmente da varias vueltas antes de mostrar sus verdaderas intenciones. Don Nazario, primero tuvo que recuperar la vista, convertirse en policía montado, volver a perder la vista y enamorarse de doña Victoria en el camino. Un amor tan repentino y violento como una deflagración, lo convirtió en padre y pirotécnico al mismo tiempo. 

Han pasado cincuenta años desde el primer castillo que hizo, una vez intentó dejar los riesgos de la pirotecnia, pero los oficios a los que se dedicó no le dieron las satisfacciones que anhelaba, así que regresó a la tarea a pesar de las pérdidas que ha tenido que soportar desde entonces. 

Los pirotécnicos de Arequipa

Hace 25 años perdió la mano izquierda, en el cuartel Salaverry durante una celebración por el día de la Infantería. Un oficial ebrio, disparó directamente a su mano, pero esto no detuvo su arte. 

La explosión que realmente lo afectó se produjo hace tres años. Era domingo, llevaba varias semanas enfermo y cuando se levantó de la cama notó que la casa estaba vacía. Sobresaltado averiguó que 10 de sus doce hijos estaban en su taller trabajando unos cohetes fulminantes. Ni siquiera pudo terminar de preocuparse cuando el fragor de una detonación lo enfrentó al peor de sus temores. Dos de sus hijos murieron y los ocho restantes resultaron con heridas de gravedad. 

Don Nazario ha enterrado a 21 compañeros de oficio, pero ni siquiera eso lo persuade a retirarse. “Realmente ya no es por dinero, es por costumbre”, responde siempre que le preguntan por qué no deja la pirotecnia, “¿Acaso un escritor deja la pluma, o un pintor abandona el pincel?” dice con tal convicción, que parece que para él resulta más peligroso dejar el oficio que mantenerse en él. 

Pirotecnia artesanal o industrial 

La pirotecnia en Arequipa casi no registra avances tecnológicos significativos, dado que muchos artesanos consideran que las innovaciones restan atributos a su tradición. No obstante maestros como Juan Quispe Ancori, actual presidente de la Asociación de Pirotécnicos Profesionales de Arequipa, consideran que este arte debe tecnificarse más y desechar los métodos que resultan riesgosos. Con este afán, Juan Quispe ha realizado una serie de experimentos y ha fabricado algunas máquinas que minimizan el peligro de moler la pólvora de manera artesanal, una tarea no exenta de peligros, para muestra están los accidentes que ha sufrido. 

Pirotécnicos en Arequipa: formalizarse o perecer 

Según el presidente de la Asociación de Pirotécnicos de Arequipa, su institución agrupa a 37 maestros legalmente constituidos y acreditados por la DICSCAMEC. Además, a un aproximado de 22 informales o en proceso de formalización.

Todos ellos, de acuerdo con la ley 27718 promulgada a raíz de la tragedia del Centro Comercial Mesa Redonda en Lima, deberán mudarse a zonas deshabitadas o no residenciales. A lugares en los que deberán instalar sus talleres o fábricas de productos pirotécnicos en un área no menor a los 800 metros cuadrados. Con este fin, la asociación adquirió algunos terrenos en las zonas altas de los distritos de Alto Selva Alegre y Miraflores. Allí se han venido instalando para conformar el primer parque pirotécnico de Arequipa. 

No obstante, hay algunos maestros que se resisten a abandonar sus talleres, alegando que no tienen la capacidad económica para pagar estos terrenos. 

A este inconveniente se suma el hecho de que la Municipalidad Provincial aún no ha aprobado la habilitación de los terrenos en cuestión. Se les ha informado que el trámite se realizará en noviembre, mes en el que vence el plazo para la formalización total de los talleres.

Algunos pocos han empezado la mudanza, otros tantos se resisten, pero con seguridad la tradición continuará a pesar de los costos.

Texto: José Luis Márquez

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  • Semanario El Búho

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