He dejado por ahora el estudio y nueva traducciĆ³n de Katatay, un anĆ”lisis comparativo de las diversas variantes quechuas que confluyen en el libro de poemas de Arguedas. Lo dejĆ© porque hoy pugnan en mĆ, braman como dos bueyes airados, como la colisiĆ³n oralidad/escritura en el alma atormentada de un mestizo bilingĆ¼e, el pedido del escritor Vargas Llosa para votar por la seƱora Fujimori; y su reciente invitaciĆ³n para que ella participe en Quito, en un foro acadĆ©mico sobre los desafĆos de la libertad y la democracia. Y diferĆ mi cometido porque ahora me cunde, arremeten, se desbordan los versos arguedianos del poema a Tupac Amaru que, habiendo sido plasmados en los aƱos sesenta del siglo XX, son de resuelta actualidad en este momento de definiciones:
Lima hatuchachaq llaqta, kita weraqochakunapa uma llaptapin kasiani [ā¦] Kay weraqochakunaq uma llaqtanta, Ʊoqayku, as asllamanta tikrasianiku; sonqoykuwan sonqosianiku; Ʊakariq sonqo runa saminqa ancha cieluyoqmi [ā¦] Matāisiayku kay runa cheqniq llaqtata, cawallupa akanta hina millakuwaqninchis llaqtata.
Estoy en la gran Lima, capital, cabeza de los reinos, de la vasta heredad de los seƱores [ā¦] Poco a poco estamos alterando la ciudad-cabecera de los seƱorones; lo estamos ciƱendo con el corazĆ³n; el Ćntimo regocijo del sufriente abarca cielos [ā¦] Estamos sitiando esta infamante ciudad que odia, que nos hace ascos como a las heces del caballo.
Por Ćndole y convicciĆ³n estoy mĆ”s prĆ³ximo a Arguedas que a Vargas Llosa. Mario Vargas Llosa es, quĆ© duda cabe, un gran escritor; su Premio Nobel lo acata, pero Arguedas no sĆ³lo es otro gran escritor: es un hĆ©roe cultural, y allĆ linda la diferencia.
Quiero y admiro a Vargas Llosa, por el pulso y la fuerza resultante de su narrativa, y desde chico, en Arequipa, advertĆ su gravitaciĆ³n. En una seƱorial casona de la Av. Parra, vivĆa en el segundo piso (alquilado) el pintor y grabador Luis Solorio, y en las muchas visitas a su casa-taller hollĆ© los aires de la casa donde habĆa nacido el futuro Premio Nobel. DespuĆ©s, en la Universidad San AgustĆn, a donde acudiĆ³ para recibir el doctorado Honoris Causa lo entrevistĆ© en TVUNSA, el primer canal de televisiĆ³n universitaria. Esto fue en 1997, y durante 17 memorables minutos hablamos casi exclusivamente sobre Arguedas, el indigenismo, Clorinda Matto de Turner, y el poeta-hacendado AndrĆ©s Alencastre, que escribĆa con el seudĆ³nimo Kilku Warakāa, y por esas disonancias entre el discurso y los hechos, muriĆ³ ajusticiado por sus propios peones.
Esto fue posible porque Vargas Llosa, invitado por el Dr. Juan Manuel GuillĆ©n Benavides, el filĆ³sofo y entonces rector de la universidad, acudiĆ³ a recibir la distinciĆ³n desafiando al dictador Fujimori que lo habĆa proscrito y amenazaba a quien lo recibiera. VenĆa de Europa, de Lima, y fuimos al aeropuerto RodrĆguez BallĆ³n con mi amiga y colega Roxana Chirinos, a darle la bienvenida.
Y despuĆ©s, el Dr. GuillĆ©n me dio la directiva de conducirlo al estadio Monumental de la UNSA, donde se reunirĆan. Recuerdo que cuando avanzĆ”bamos por al campus, desde el PabellĆ³n Nicholson de IngenierĆas, una muchacha cruzĆ³ gritando y corriendo el Ć”rea de Letras; y cuando llegĆ³ ante el escritor, agitada y sudorosa, le pidiĆ³ que le firmara su ejemplar pirata de Los cuadernos de don Rigoberto. Y Ć©l, noble y generoso y con humor, se lo dedicĆ³. CĆ³mo olvidar que aquel honoris causa le costĆ³ al rector, el bloqueo total del presupuesto asignado a la universidad y, no obstante, las obras en ejecuciĆ³n como el estadio, los pabellones y laboratorios, no se quedaron inconclusas; continuaron porque Arequipa entera, encarando al dictador, contribuyĆ³ con dineros (desde cinco soles) para que las obras no se paralizaran.
AƱos despuĆ©s -sujeto migrante y fronterizo- cuando estudiaba en la Universidad de Maryland, mis compaƱeros mexicanos, argentinos, canadienses, brasileros, y dos francesas devotas del realismo mĆ”gico; fuimos en peregrinaciĆ³n al Americas Society en Washington DC donde MVLl presentĆ³ la Fiesta del chivo en 2001; hubimos de dejar el recinto apenas terminĆ³ el acto: en esa Ć©poca, el servicio de trenes de Washington DC cerraba a las 11:30 p.m. Y, despuĆ©s, cuando quise matricularme a sus clases en Georgetown University como visiting student rebotĆ©: professor Vargas Llosa enseƱaba cursos para undergraduates no para graduados. Y ya despuĆ©s, en New York, acudĆ cada aƱo a las presentaciones y conferencias del autor en el ciclo CĆ”tedra Vargas Llosa promovida por la estudiosa y amiga Raquel Chang-RodrĆguez (The City College of New York, CUNY).
Cierta vez, en Cusco, previo a una charla en la Escuela de Arte Diego Quispe Tito, los estudiantes me increparon por llevar en la mano mi ejemplar de la UtopĆa Arcaica. NingĆŗn arguediano ha escrito un estudio de la magnitud de este libro, les dije; su rigurosidad, la vasta bibliografĆa e investigaciĆ³n profesan el mayor aprecio a su obra.
āArequipa es la ciudad donde yo nacĆ, donde nacieron mis mayoresā fue lo primero que pronunciĆ³ Vargas Llosa en el monĆ”stico SalĆ³n de los Fundadores del claustro agustino; y ese fraseo que es el inicio de Semilla de los sueƱos arraigĆ³ y me colmĆ³ hasta hoy.
Ahora, en este trance nebuloso -campo de fuerzas tensoriales- no son los escritores que visualizan la variable oculta; son los buenos periodistas, tres o cuatro videntes de pulso arterial: la proteica prosa de Hildebrandt, cero colesterol; de Gorriti, Jaime Bedoya, Maritza Espinoza, del youtuber Marco Sifuentes.
Llamado a algunos doctores es el haylli arguediano que conjura la desilusiĆ³n, el principio de incertidumbre de Heisenberg:
ĀæDe quĆ© esencias estĆ”n compuestas mis neuronas, sapientes doctores mĆos? ĀæDe quĆ© estĆ” hecho, exactamente, la mĆ©dula de mi corazĆ³n sufriente?
En las oscuras oquedades, en las lĆ³bregas profundidades donde resplandece el oro, la plata; en la vena misma de los roquerĆos, resuenan rĆos que no perciben los doctores;
de esa alquimia āoro, plata, roca madre- que fragua en la negrura de la noche, estĆ”n hechas mis neuronas, mi cabeza y mis dedos.
New York, Mayo 2021
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