Pedro Páramo: un vistazo a los entresijos más oscuros del alma

"Juan Preciado, como un Dante jalisciense, se adentra en el infierno que es Comala, que es México, que es el mundo, para descubrir que todo lo que hay sobre esta tierra es dolor, es muerte y es soledad"

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Imagínate estar frente a una tumba y que debes, con tus manos, escarbar la tierra para dar con el ser amado largamente extrañado. Imagínate que te lanzas a la excavación y tras magullar tus dedos sólo encuentras setenta fragmentos inconexos que no logras reconocer. Armado, sin embargo, de ese tesoro, procedes a la penosa tarea de recomponer un cuerpo, de recuperar un cuerpo. “Pedro Páramo” es ese enigma de setenta fragmentos aparentemente desarticulados. No cabe llamarles siquiera “capítulos” porque no lo son. Rulfo se negó a distribuir la novela de esa manera y apenas colocó un espacio entre fragmento y fragmento. Pero el lector que penetre en esa oscuridad y que se aboque a la tarea de recomponer lo que Rulfo nos ha dejado casi como único testimonio, descubrirá entonces una maravillosa obra tan plena de simbologías como del más duro desencanto.

Juan Preciado, como un Dante jalisciense, se adentra en el infierno que es Comala, que es México, que es el mundo, para descubrir que todo lo que hay sobre esta tierra es dolor, es muerte y es soledad. La ternura y el amor más puros poco pueden contra la terrible desesperanza, hija del seco tiempo que todo lo cubre de polvo y que todo lo anquilosa.

Pedro Páramo, el niño solícito que hace los mandados de la abuela, será el despiadado patrón que abandona y mata a los suyos. Susana San Juan, la casta muchacha que es puro amor y bondad, será la estéril mujer condenada a una existencia vicaria poblada de fantasmas y de inútiles fantasías. Abundio, el dicharachero arriero alegre, será el mudo y sordo viajero que nada dice porque “no tiene sentido decir cosas que uno no entiende bien”.

Publicada en 1955, “Pedro Páramo” sorprende con una técnica muy novedosa y moderna. Herencia de Faulkner o de Joyce, pero practicada, en esta parte del mundo, algún tiempo después, con la difusión del Boom y de las novelas de Cortázar, Vargas Llosa o de Onetti. Hay partes tan singularmente sorprendentes como aquella en que Juan Preciado conversa con doña Eduviges y ella le pregunta “¿cuándo descansarás?”, pregunta que suena un poco impertinente en ese contexto, pero dos “capítulos” más adelante nos damos cuenta de que esa frase no iba dirigida a Juan Preciado sino al caballo-fantasma de Miguel Páramo que en ese momento pasaba por la calle. Sutilezas de ese tipo abundan en la novela, lo cual deja en claro que Rulfo exige una complicidad y una labor del lector que debe estar sumamente atento al desarrollo de los acontecimientos. Las voces que pueblan la novela son múltiples y variadas y Rulfo no siempre deja en claro a quiénes pertenecen.

La edición de Cátedra (1984) es la que corresponde a la segunda edición del FCE (1981) y que el propio Rulfo revisó y corrigió, pero en los pies de página se consigna la versión original de 1955, es decir, podemos ver aquí los cambios que Rulfo realizó, muchas veces, con excelente criterio, quitando el estilo alambicado y pródigo en palabras para regalarnos una versión expurgada y concisa que es la que hoy se reimprime.

Una novela extraordinaria que además de ofrecernos una perspectiva exacta y minuciosa de la mexicanidad, nos ofrece también un vistazo hacia los entresijos más oscuros del alma, de nuestra propia alma.

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